Si las elecciones fueran hoy, según el simulacro de Datum, más de la mitad del voto sureño se inclinaría entre Julio Guzmán (30%), Keiko Fujimori (27%) y PPK (17%). Según los mismos resultados, el voto rural nacional se concentraría en la candidata fujimorista (55%) y el candidato de Todos por el Perú (15%). Esta es una cancha que había estado dominada, en dos elecciones consecutivas (¡una década!), por el candidato nacionalista Ollanta Humala, quien en el 2011 logró obtener en Cusco más del 60% en primera vuelta y casi el 80% en segunda vuelta. Parece claro que cada candidato ha apostado a ganar la mayor cantidad de votos posibles en estos sectores bajo la aparente premisa de que un caudal como el nacionalista es imposible para cualquiera de las opciones existentes. 

Algunos analistas sugerían, al inicio de la campaña, que el fujimorismo podría obtener fácilmente estos votos, y lo ha hecho, hasta ahora, con importantes limitaciones. Esta no es una cuestión meramente programática, recordemos que el Frente Amplio representa la plataforma más parecida al nacionalismo de las últimas dos elecciones y no ha logrado superar el 5% de intención de voto en el sur y en las zonas rurales. Los recursos presupuestarios y organizacionales son clave para jugar en estas condiciones y la principal candidatura de izquierda no ha logrado alcanzar ninguno. Sobre los demás candidatos, algunos indicadores nos ayudan a ver cómo se desarrollan estos recursos a nivel local.

Las pintas proselitistas nos dan un primer panorama. Desde julio del año pasado, Fuerza Popular y Peruanos Por el Kambio habían logrado posicionar sus pintas en la mayor parte del territorio, especialmente en pueblos pequeños y en las principales vías de comunicación interprovinciales. La “K” es omnipresente en zonas rurales y nos recuerda que, en las elecciones regionales de 2014, el fujimorismo logró posicionar a casi un millar de candidatos a nivel nacional. Por otro lado, la campaña a favor de Alan García, desde antes de celebrar la Alianza Popular, concentró esta estrategia en espacios urbanos, especialmente en las capitales de provincia, resaltando su propuesta de “shock de obras”. Más recientemente, Alianza Por el Progreso, de la mano de una fuerte inversión y la alianza con grupos políticos como APU, logró competir eficientemente en la cobertura de zonas urbanas y rurales.

Del mismo modo, el movimiento proselitista de los candidatos es importante. Keiko Fujimori empezó su campaña mucho antes del inicio formal de la campaña y ha visitando la región consciente de sus limitaciones y ha concentrado su estrategia en la zona urbana, especialmente, entre los sectores más pobres, y en algunos espacios rurales. Por otro lado, según los datos recopilados por el “GPS Político” del grupo de análisis 50+1, César Acuña inició su campaña recorriendo el sur del territorio. En su visita, Acuña buscó explotar, con relativo éxito antes de los escándalos por plagio, la imagen de provinciano hijo de campesinos; haciendo referencias a la agenda descentralista y la figura de Daniel Estrada, uno de los últimos caudillos cusqueños. En las últimas semanas, Alan García se ha acercado tímidamente al aprismo cusqueño, mientras que Julio Guzmán ha encabezado sus famosas “caravanas” en las principales calles de la capital del departamento.

Un último punto importante son las alianzas y listas congresales en el Cusco. En ese sentido, la dinámica del fujimorismo es un rompecabezas mucho más difícil de armar. Con intención de hacer tangible la moderación y ganar algunos colchones de apoyo, Fuerza Popular postula a invitados externos en su lista parlamentaria. Como cabeza, por ejemplo, figura el ex congresista UPP-PNP (2006-2011) Oswaldo Luizar quien generó cierto rechazo puesto que en 2014, siendo candidato al gobierno regional por la Fuerza Inka Amazónica, atacó duramente al candidato fujimorista Alipio Ramos Villares. Según La República, Ramos Villares además denunció haber sido reemplazado por la dirigencia nacional pues se le había prometido ser cabeza de la lista cusqueña en estas elecciones. Estos movimientos han resentido a los “leales” del partido, aquellos que sienten que han sido traicionados –junto al “fujimorismo tradicional”- con estas decisiones, y se han traducido en diatribas y acusaciones al interior de los comités de Arequipa y Cusco durante las últimas semanas.

El votante sureño, luego de una década de auge nacionalista, aparece fragmentado y en busca de alternativas que lo representen. Se trata, hasta el momento, de un elector aún vacilante que, más allá del inmutable fujimorismo, en enero parecía apoyar como segunda opción a César Acuña y hoy se aglutina sorpresivamente tras el candidato de Todos Por el Perú. Estos resultados deberían, sin embargo, todavía ser tomados con pinzas, especialmente si se mira detenidamente los distritos que componen la muestra de Datum. Por el momento parecen haber caído las viejas banderas y los programas de cambio para repartir la intención de voto entre candidatos que se disputan diferentes parcelas y mensajes. Aunque el fenómeno nacionalista parece todavía una hazaña inalcanzable, la experiencia dicta que aún es muy temprano para conclusiones definitivas.


Por: Paolo Sosa